Dios murió bailando
Al fin he visto algo de interés en el Cuartel de la montaña. Han pasado 21 días desde que estoy frente a la ladera sur del parque, ansiando tras la ventana hacerme con una trama similar a la de Hitchcock, hasta que hoy, día caluroso en la urbe, llega la recompensa a mi curiosidad y vuestra paciencia. El misterio se ha colado en la perfecta postal de mi balcón. Para recrearlo con mayor dramatismo recomiendo seguir esta lectura escuchando cualquier tema del grupo Forest swords (“Espadas en el bosque” en español).
En principio descarto la idea de un crimen, aunque lo visto las dos últimas noches puede de algún modo relacionarse con un sacrificio animal o humano. No tiene nada que ver con un robo, espero. Tampoco parece una misión dirigida a la consecución de una barbarie de índole sexual. Quién sabe. Todavía estamos ante un caso no resuelto, en apariencia inocente pero, en nuestra imaginación, fácilmente mutable a una ficción tétrica o delictiva.
Admito que la primera vez preferí restarle importancia. Sin embargo, anoche, al recogerse en silencio la primavera, cuando callan los pájaros en celo y cala suavemente la iluminación anaranjada de las farolas en piedras afiladas y árboles vilmente torcidos, llamó de nuevo mi atención el ascenso de algo gigantesco, a pasos grandes y firmes, por las escaleras y la colina. Al advertirlo por segunda vez salté a la pata coja por encima del sofá hacia el sillón próximo a la ventana, pequé la vista lo más posible al cristal, aplastando mi nariz contra éste; la pierna enyesada sostenida en el aire, mi tronco convertido en extraña espiral en torno a la noche, retorcida y asombrada; tenía que comprobar que lo observado no era casualidad, sino un ritual nocturno del que debía registrar todo detalle. Juro que si no fuera por mi pierna tensa y rota, en ese instante hubiera salido corriendo detrás de la visión sin temor. Supongo que James Stewart se hubiera lamentado de lo mismo.
Escribo ahora al nacer la tercera noche, son las nueve y cinco minutos y aguardo el regreso del fenómeno. Es una cruz enorme, creo que con el INRI arriba, que asciende a hombro de un hombre toda la colina. Alrededor de ella también suben unas dos decenas de personas (dudo en confirmar si latinoamericanas). Caminan con agilidad, como si realmente tuvieran algo más importante que hacer en el punto más alto del parque. La primera vez que les descubrí marchaban hacia arriba; sin embargo, anoche les vi al descender. La cruz lleva una serie de tarjetones pegados en la tabla vertical, con mensajes y dibujos que no logro descifrar desde tan lejos. El grupo portador parece joven, compuesto por mujeres y también hombres. Es evidente que se trata de un culto pequeño, previsiblemente al Dios cristiano, que actúa durante la Cuaresma en el Cuartel de la montaña. El camino por el que ascienden lleva a un aparcamiento u explanada con vistas a la Casa de campo. Quizás allí les esperen más fieles para acometer su misión, o puede que se trate solo de una élite que ensaya su procesión de Semana Santa. Esto explica que elijan la noche para reunirse en torno a la cruz, pero ¿dónde está el paso? ¿Dónde el conjunto escultórico? ¿Por qué los mensajes en la cruz? ¿Qué significan? ¿Y por qué no llevan el símbolo en un coche?; son preguntas sin respuesta (ni prismáticos) para las que deberé aguardar a una mejor observación o colaboración desinteresada de un testigo. Veremos si hoy vuelven frente al cristal y aclaro esta historia.
Es curioso, de todos modos, que esta reunión religiosa se realice bajo un templo de otro culto, el de Debod. Me pregunto si le atribuyen algún efecto milagroso o por el contrario lo consideran un simple ornamento urbano. Otra de las sorprendentes revelaciones al buscar pistas en Internet ha sido comprobar que en el mismo lugar se realizó una vigía tras la muerte de Michael Jackson. Lo he leído en un desmoralizante foro en torno al desgraciado rey del pop, del que extraigo la conclusión de que sus miembros, además de aburridos, deberían someterse a una terapia de electrochoque y pastillas o a un encierro de por vida. Uno de los mensajes expresaba el siguiente lema: “tu Dios ha muerto en la cruz, el mío bailando”.
Los cultos modernos son tan libres que en ocasiones se hacen incomprensiblemente delirantes. A la música, de todos los estímulos, puede atribuirse el origen de muchos de los más exagerados y huecos. Culpo a productores, promotores, relaciones públicas y demás sanguijuelas sin escrúpulos por tanta hipnosis desaforada. Esta semana en España padres con sus niñas guardaban cola durante varios días con sus noches para hacerse con un buen puesto frente al escenario donde cantaba Justin Bieber; hace tiempo recuerdo aprovechar el momento de la actuación de Marylin Manson para entrar a hacer pis en una caseta de un festival. Sus zancos, el maquillaje de apariencia enfermiza y las versiones de temas desconocidos por el público adolescente, contribuían a la perfecta creación de un producto de mercado. En el aspecto musical, me da pena - y me siento envejecida - cuando escucho a estos ídolos procesar canciones de éxito de no hace más de veinte años de cara a las masas. Los productores saben que ‘Tainted love’, de Soft Cell; ‘Be agressive’, de Faith no more; o ‘Lovefool’, de The cardigans – por citar solo un par de entre muchos ejemplos – se convertirán en himnos de éxito si presentados con un buen lazo en una caja de brillos.
Bien es cierto que hay diferencias geográficas y culturales entre ídolos: los estadounidenses son zafios y soeces (sobretodo sexualmente hablando), desconocen la sensualidad o la sutilidad, y se centran como mucho en uno o dos valores (por ejemplo: coches y culos); los ingleses reinan en la estantería de la cursilería; los latinos en la del drama machista; y los españoles triunfan en el mercado de saldo, siempre pecando en la ausencia de calidad y, en ocasiones, ensalzando a los artistas por su cutrerío contestario.
Siempre he sido de la opinión de que no hay que conocer personalmente al artista al que se admira; ni por asomo es recomendable estamparse de un modo tan suicida contra la realidad, lo sé por experiencia. En cambio sí estimo útil un conocimiento a media distancia de algunos de los aspectos privados de la figura pública, aunque sea fruto de la casualidad. De ello, sin ir más lejos, doy fe estos días, ya que me he topado accidentalmente con un importante símbolo de adolescentes del que daré cuenta en un próximo texto. El contexto, la figura y lo acontecido bien merecen la pena ser contados. De momento, sigo esperando a que aparezcan los de la cruz…
FOREST SWORDS 'Miarches'
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