sábado, 9 de julio de 2011

STURM UN DRANG


EN FUTURO

¿No vuelan hacia el extranjero todos nuestros sueños? De niños, deseamos vivir en el país de los loros y de los dátiles confitados; nos elevamos con Byron o Virgilio; codiciamos el Oriente en nuestros días de lluvia, o deseamos ir a las Indias a hacer fortuna, o a América para explotar la caña de azúcar. La patria es la tierra, es el universo, son las estrellas, es el aire, es el propio pensamiento, es decir, lo infinito dentro de nuestro pecho. Gustave Flaubert.

Cualquier cosa soñada está condenada a decepcionar. Cualquier sueño se estropea cuando se hace realidad. Amos Oz

Comienzo el relato de mi llegada a Berlín por Iraq. Allí nació Al Fadhil, un artista  - hoy afincado en Suiza - que expone en el Art Laboratory, galería integrante de una red de espacios llevados por un sólido colectivo de comisarios en una zona de las más deprimidas del distrito berlinés de Wedding. Éstas funcionan exclusivamente en fin de semana pero absteniéndose por completo de explotación comercial; constituyen un oasis abierto de par en par a tertulias, encuentros, cuestiones y crítica intelectual. Llegué allí ya en bicicleta, tras unos cuarenta minutos pedaleando por Mitte y la rivera del Panke con Regina, mi anfitriona eventual en Berlín junto a su pareja Chris, también experto en arte, nacido en Nueva York y residente en la capital alemana desde hace veinte años. Ambos dirigen la citada galería, y muestran estos días “My dreams have destroyed my life”, un diálogo contemporáneo entre Al Fadhil, artista de la diáspora, con otro creador palestino también exiliado, Aissa Deebi, actualmente profesor en El Cairo, que se centra en las desapariciones de seres queridos en un contexto político.

El proyecto ha sido mi prólogo a una ciudad que abraza credos, colores y sabores dentro de un ejemplar mar de civilizada armonía. Ahora dudo que en España exhibamos a menudo artistas de origen árabe. Al Fadhil presenta en formato gigante la foto de una recepción a su padre, miembro del partido Baaz iraquí, en la residencia de Sadam Hussein en 1983 tras la muerte de uno de sus hijos y hermano del artista en la guerra contra Irán. Sentados en un sofá de dudoso gusto, decorado al estilo de un Versalles del desierto, se mostraba un complaciente y joven dictador en el apogeo de su mandato - bañado entonces en popularidad guerrera - junto al padre del fallecido a su izquierda, también satisfecho ante el honor de ver a su hijo convertido en mártir y alegre por las prebendas que en ese momento les regalaba el dictador (una casa, dinero…). El padre del soldado viste su mejor traje y corbata, y guarda una recta composición de tobillos a hombros solo explicable por la tensión que siente ante el líder militar. En cambio, Hussein exhibe una relajada postura, reclinado en el sofá, con las piernas abiertas y una rotunda barriga, centro de mira de la imagen. A pesar de la tragedia, el súbdito sonríe con ternura y entusiasmo. Quién no lo hace, sentado a la derecha de Hussein, es el hermano menor de la familia. El joven se presenta como contrapunto a la escena con su gesto de asombro ante tal contradictoria celebración, evidenciando con su expresión ante el espectador cómo la solemne y agraciada ocasión pública se empeña en olvidar el llanto privado. El joven posa con sus labios suaves y ojos perdidos ante el objetivo del fotógrafo oficial del régimen; gusta verle hermoso y confundido. Con todos estos signos, su hermano el artista logra que la fotografía nos recuerde que el lenguaje corporal como transmisor de emociones es un idioma universal incluso cuando  proviene de un mundo tan radicalmente dispar al nuestro.

La instalación va acompañada de un vídeo en el que el hermano pequeño explica treinta años más tarde su impresión de aquel momento mientras suena una composición de cuerda árabe compuesta por un marine norteamericano que estuvo en el país para combatir en la Guerra del Golfo. Ese mismo soldado aprendió a tocar durante la guerra de manos de muchos amigos iraquíes: un traductor, un poeta, un vendedor y un ingeniero informático. Éste último se llamaba Ahmed y también era hermano de Al Fadhil. Murió como civil en una explosión consecuencia de la primera invasión norteamericana, lo que nos lleva a una de las paredes de la galería en las que aparece en neón blanco sobre azul añil el título de la muestra, “Mis sueños han arruinado mi vida”. La frase se refiere a una carta que premonitoriamente escribió años antes de morir Ahmed a su hermano el artista. En ella detallaba su progreso como estudiante de informática y confesaba tener sueños harto intensos en los que incluso aparecía Bill Gates: “Microsoft me afecta demasiado” – le escribió. “Irónicamente, una noche soñé que hablaba con Gates y me revelaba que un día yo le relevaría en su puesto al frente de Microsoft. ¡¡Vaya sueño!!, cuando desperté pensé que era un fracasado”. Ahmed concluye la misiva con una frase demoledora: “Hermano, mis sueños han arruinado mi vida”. Es escalofriante saltar tan abruptamente en el tiempo desde esta confesión a la realidad posterior, y saber que Ahmed moriría no mucho más tarde.

Con el siguiente proyecto, creado por el palestino Aissa Deebi, se refleja una situación igualmente dolorosa: la muerte de su hermano en custodia policial israelí en 1999. El resto de paredes del Art Laboratory nos invitan a un juego de posiciones diversas ante una serie de fotografías cambiantes (formato utilizado muy comúnmente como retrato de recién casados en Egipto) sobre la costa y silvestre paisaje cercanos a Haifa. Por ellos se aventuraban el artista y su hermano de pequeños, al faltar en secreto de la escuela. La memoria que hoy emplea Deebi no es más que la propia imagen del ideal de una relación mundana y a la vez bella, perdida en el tiempo y retenida a pesar del drama. En esta instalación plantada de flores amarillas, delicadas pero desordenadas por el capricho del viento, arbustos centenarios, líneas de mar y tierra mudas, no aparecen figuras, solo el cuerpo del recuerdo. La instalación me induce a pensar que un auténtico artista del siglo actual es el que es capaz de plantearnos esta personal visión gracias al empleo de nuevas tecnologías, instando desde la distancia y el exilio a que otra persona tomara detalladamente fotos de aquel paraíso preadolescente de su tierra natal sin verlo; elucubrando con el paso de una de las manos de su hermano por el tronco de un árbol, las pisadas cobre un faro, o su pelo aireado frente del mar. Deebi obtuvo las imágenes a través de correo electrónico e instó a su colaboradora a que volviera a tomar más, ya que algunas no se adecuaban a su idea. Hoy, al noroeste de Berlín, los visitantes a la muestra cambiamos cuantas veces se nos hace necesario de postura para trascender en la representación de Deebi del duelo sin dolor y caminar por este escenario de juegos tan orgánico como onírico.

Ambos creadores, Deebi y Fahdil me emocionan profundamente (supongo que la pérdida de mis dos seres más queridos hace un año influye en mi entusiasmo); pero además, me recuerdan que el arte más relevante es el que aúna calidad del soporte y capacidad creativa para la expresión de un mensaje que viaja a través del tiempo, el pensamiento y las naciones. Si hay algo emocionante en el arte actual es la multiplicidad de formas siempre en complicidad con el imaginario del ser humano: ¿no es hermoso lograr ridiculizar al tirano inalcanzable con su propia foto? ¿o que suene la canción árabe  compuesta por un marine norteamericano? ¿No es espeluznante que la flora israelí hable por sí sola del recuerdo de un hermano, superando las acciones criminales de una autoridad que se cree impune y perecedera?.

Cuando finalizo mi visita a la galería además reflexiono sobre los sueños cumplidos y frustrados; por un lado, son la base de nuestra motivación cotidiana (en mi caso, mudarme a Berlín), pero por otro, como dice Amos Oz, y nos enseñan Al Fahdil y Deebi, pueden cargarnos de angustia o verse truncados por la fea realidad. Nada podemos hacer contra ellos, quizás solo ser conscientes de que son sueños y que vivir bajo su mandato acarrea fantásticas consecuencias o no. En cualquier caso, creo recomendable intentar que se cumplan y mucho más si son contra modos o modelos represores.

En el caso de Berlín, un par de días en la ciudad son suficientes para comprobar que rebosa de ilusiones, apetencias y deseos. Éstos se hacen visibles en cada paso por sus calles, en la relación entre sus residentes, con cada pedaleo por su extinta división este-oeste. Dice mi profesora de alemán que para expresar las medias horas del reloj hay que pensar siempre “en futuro”: cuando son las siete y media, los alemanes dicen que son media para las ocho. Medio a hacer y medio a configurarse, las manillas siguen construyendo una certeza cotidiana aquí. En Berlín es importante darse cuenta de que uno tiene el poder para saltar por encima del presente y las naciones, que aún los sueños pueden construir o recordar una vida, algo que los berlineses llevan celebrando desde 1989 y por lo que permiten que cualquier prófugo de la realidad resida aquí para llevar a cabo el intento.

Algunas muestras: los mercadillos de la calle venden salchichas, pero también churros, humus, paella, fídeos nepalíes o especias árabes. Mientras los observo concluyo que lo loable no es que se vendan, sino que se coman, y con gusto. Los murales de algún barrio inciden en dibujar rostros en cuerpos de edades y colores diversos, dándose abrazos, sentados en lazo, aupándose unos a otros, venciendo sobre el grisáceo ladrillo. La tienda de fotografías de la esquina en Kreuzberg, mi barrio, presenta entre fotos de boda y retratos una estampa familiar enmarcada de dos mujeres y su hija en el centro de su escaparate, orgullosas de su lesbiana adopción. Los niños tienen sus espacios exclusivos, parques con burros e incluso una granja en el centro de la ciudad; las bicicletas su carril y señal de semáforo; los vegetarianos, las madres, los borrachos, las mujeres con velo, los neo punkies, el comunista, la conservadora, turcos, españoles, artistas, arquitectos…todos se coordinan entre recursos y oportunidades en la ciudad. Los turistas pueden conocer a  los nazis en un panel con nombres y apellidos; a Nefertiti se la ve muy a gusto en su sala del Neus Museum; Marx aún guarda su avenida; los amigos del intercambio de parejas tienen un club en la esquina de mi calle que anuncia la actividad a bombo y platillo; la lluvia también posee sus días de julio; el río, sus diversos canales y una piscina; los transexuales, más altura que en toda Europa; la televisión, un debate sociopolítico en prime time; el tren le hace el amor al metro y viceversa; la cerveza se bebe en la calle; las drogas se anuncian en pegatinas en el baño; es posible mostrar un dorado mediterráneo sin salir del centro; en cualquier bar te dejan siempre cualquier periódico…y así hasta aburrirse. Lo que antes era terror y división se manifiesta ante este siglo como si de una ciudad de la fantasía se tratase. En definitiva, en Berlín se sigue soñando en futuro. 
PÁGINA WEB DE ART LABORATORY BERLIN: