jueves, 24 de marzo de 2011

LA VENTANA INDISCRETA. CRÓNICAS TRAS UN PERONÉ ROTO.

21 DE MARZO 2011
                                        
RÓMPANSE Y DISFRUTEN

Día mundial de la poesía y uno de esta primavera, segunda jornada de nuestra guerra en Libia, primer lunes con la pierna escayolada e inicio de un diario al que he decidido llamar ‘La ventana indiscreta. Crónicas tras un peroné roto’. El título tiene su justificación en el hecho de que, lejos de dar pie al lamento, hay en este reposo una oportunidad idéntica a la del personaje de James Stewart para la observación y la creación, superada en este caso con ventajas como dos ordenadores y dos teléfonos móviles con cámara de fotos, una televisión, un iPod, Internet, varias radios y este teclado para registrar lo que se me ocurra.

A pesar de estar encerrada y prácticamente inmóvil, me encuentro a espaldas del centro urbano y, como en la película, frente a un gran ventanal. Delante de él escribo y pienso que esta suerte de ver sin ser visto, de escucharse a uno mismo, incluso de sentir moverse el eje de la tierra sin caerse, debería ofrecerse al menos una vez en la vida a todo el mundo, sin distinciones de clase, color, ingresos o género. Desde la convalecencia, mi imaginación se nutre a pasos agigantados, veo más colores, personifico objetos, huelo como el que deja de fumar, saboreo las horas y los minutos plenamente, aspiro la belleza, y doy vida a ideas antes muertas. Así que, realmente, y no es broma, siento como si me hubiera tocado toda una fortuna en la lotería del tiempo y el premio a la serie del reposo en la gran ciudad.

Qué injusto, ¿verdad?. Una ocasión de estas características tendría que gestionarse desde el verdadero Ministerio de la Igualdad o uno nuevo, llamémosle del Bienestar, dedicado íntegramente a otorgar un respiro al pueblo, hoy más que nunca acostumbrado a jadear humos y comer nervio en un mundo hecho para perder el tiempo de una manera mucho más dolorosa que la rotura de un simple hueso. ¿No es increíble?. Un hueso roto se coloca solo sin mover un dedo y mientras uno toma Nolotiles a destajo. Y aunque las drogas, benditas sean, pueden pensarse útiles para todo tipo de dolores, aún no se ha inventado artefacto que ayude a la marcha atrás, que logre devolver momentos o estados a su posición original, vitalmente hablando. Por eso, y con subvención pública, recomiendo que se rompan algo y disfruten. Es la única manera de cuidarse de verdad sin exponerse a los avatares de la economía, la familia, los amores difíciles o, simplemente, las irregularidades del asfalto. Ni un secuestro, ni la cárcel siquiera, garantizan tanta productividad en asueto. 

Una vez en posición impune y de aislamiento, que cada uno haga lo que le venga en gana, ya sea mirar metiendo el dedo en la llaga ajena, soñar despierto sin interrupciones, escuchar nuevos discos retrasados, verse la serie entera de ‘Pelotas’ y, de paso, echar una ojeada a ‘Así habló Zaratustra’, o escribirse un poemario inspirado en ese amor de adolescencia mientras se estudia el manual del Photoshop.

En mi caso, y en el del novio ficticio de Grace Kelly, este punto y aparte lo dedico a buscar un asesinato, un escenario sucio o quizás romántico, una pequeña historia de cualquier edad u esquema lógico de lo cotidiano que dote de sentido a mi postura diaria frente a la ventana.

La visión más intrigante consiste en unas escaleras de paredes de cantos alineados, rodeadas de pinos, palmitos, césped y arbustos, con una sola farola, que invitan a alejarse del intenso tráfico a sus pies y meterse como en un cuento bien pintado en el escenario de algo nuevo o inesperado. En breve se hará de noche y la farola teñirá de un naranja tradicional a los que vienen y van por los peldaños. No sé los demás, pero yo hacía tiempo que no veía en Madrid farolas anaranjadas. Hay varias de ellas al término de la escalera que parecen un sistema planetario de por sí, luces de un teatro nocturno fuera de lo común. Los actores a esta horas suelen ser corredores, paseadores de perros, parejas adolescentes pringadas de verde, u oficinistas. En cambio, si hace sol y es domingo, como ayer, soy testigo de un tránsito harto predecible, familias, parejas, corredores y más familias. Nada inusual.

En cierto modo, y aunque no quiero dar más detalles, siento que debo explicar dónde estoy exactamente. Mi peculiar paraíso tiene su verde en el moderno Parque del Oeste, a la falda del Templo de Debod, en el lado oriental del antes célebre Cuartel de la montaña o montaña de Príncipe Pío, símbolo del tormento, un auténtico punto y aparte lleno de sueños quebrados. Fusilamientos goyescos del 1808, sublevados del 36 asediados y muertos. Hoy las luces naranjas son quizás espíritus candentes, velas altivas sobre el paso del tiempo. Bajo ellas, o bajo la luz del día, espero algún acontecimiento actual, por pequeño que sea, que pueda disparar el zoom de cualquiera de mis cámaras, a pesar de la guerra, a pesar de la poesía, que me distraiga y abra una nueva página, quizás púrpura, roja o incluso negra. Nada de tonos pastel, porque me aburren.

A día de hoy, lo más atractivo de la escalera ha sido el descanso de cuatro poligoneros, vestidos de uniforme de jardines, a los que atribuía en principio alguna gamberrada mayor. Después la chica de pelo negro largo que ha pasado más de tres cuartos de hora a la espera, sentada en un lateral, justo al atardecer. Y, en tercer lugar, un constante fluir de turistas, mapa en mano, con casi el mismo tiempo libre que yo, procedentes de un camino de estatuas quijotescas y egipcias, desembocando en el semáforo de debajo de mi balcón, precisamente fuera de plano.

Mientras toda esta gente circulaba, he escuchado a Toro Y Moi, James Blake y, de nuevo, a Wild Beasts. El ‘Smother’ de estos últimos me parece ideal para una riña de celos en el parque, un encuentro furtivo homosexual entre arbustos, o quizás un beso desesperado de despedida. También me sirven de banda sonora para recordar a alguien a quien has querido mucho, a quien anhelas, o a algo que quieres olvidar bajo la luz de las farolas naranjas, con todo el peso del yeso, y a pesar de la primavera.

No volvamos a ese punto de no retorno, no quiero quedarme en suspensivos que derivan solo en suspenso. Suspense y emoción me bastan, estas páginas me cunden, un ratito de Belén Esteban también vale, unos párrafos de ‘Los detectives salvajes’ mejor imposible. Las llamadas de amigos se agradecen, aquí en la reclusión perfecta. En todo caso mi situación podría mejorar el día en el que, como en el film, tenga unos prismáticos e incluso mi propia silla de ruedas. Entonces podré pedir que me empujen fuera, a una inspección del territorio en cuestión, a la caza de pistas. De momento, y con la esperanza de tener algo mejor que contar, me voy en muletas a la cama, donde sé que volveré a dar muchas y pesadas vueltas sobre mi parte más dura y rota, con horas de sobra para que vuelva lentamente a su sitio.

1 comentario:

  1. Si las recuperaciones son así de narrativas y creativas. Qué vivan!
    Regenera ese peroné desde esa magnífica ventana!
    Los besos.

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